Nos cansamos de pedir a nuestros hijos que se comporten de una manera determinada, que sean correctos, educados y porque no, perfectos. Muchas veces olvidamos lo más importante, que todo eso se esconde detrás de nosotros, los padres, los entrenadores, modelos de conducta para lo bueno y para lo malo, además de tener la responsabilidad de educar.
En el deporte base pasa lo mismo, entrenadores que quieren deportistas y equipos hechos a medida; competitivos, luchadores, trabajadores, constantes… al final todo se traduce en valores, que no se compran, sino que se enseñan.
¿Cómo pedir que adquieran valores si ven que nosotros no los practicamos? Tomar conciencia como adultos sobre la importancia que tiene aquello que transmitimos y todavía más de cómo lo hacemos, es vital para el crecimiento y la formación de aquellos que escuchan atentos todo lo que decimos y observan cada gesto que hacemos bajo su vigilante mirada, muchas veces inocente y vulnerable.
Los niños se dan cuenta pronto de que no siempre predicamos con el ejemplo, necesitan encontrar coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos para poder interiorizar las enseñanzas que les damos.
El deporte nos regala un contexto ideal para poder desarrollar valores. El niño podrá entender lo que es la cooperación, la perseverancia o el trabajo en equipo entre muchos otros.
La responsabilidad, un valor clave. Que los niños entiendan desde pequeños, que deben asumir las consecuencias que tienen sus decisiones, eso les hace crecer como personas y deportistas.
La esencia de los buenos valores al final se esconde en el cómo se practican y no por lo que se dice.