De la psicología positiva de Seligman, nació la frase más representativa: “querer es poder”. Se oye mucho para dar ánimos, para que esa persona no se rinda delante de ese reto que quiere conseguir. Siempre se intenta comunicar con una buena intención, aunque yo quiero hacer algunos apuntes para poder transformarla en algo más concreto y que pueda realmente ayudar a esa persona a la que se le intenta animar hacia su objetivo.
De ante mano, hay algo que no me cuadra. Al escuchar la frase: “querer es poder” parece que todo depende de esas ganas de quererlo, de quererlo con todas tus fuerzas, al máximo. Pero entonces… ¿ si no lo consigo es que no lo he querido suficiente?, ¿representa entonces que me he equivocado y por mucho que lo quiera esto no es para mí? Preguntas como estas pueden aparecer e incluso hacernos sentir mal, culpables plenamente del resultado que hemos obtenido. Es por este primer motivo que debemos parar atención a lo que puede suponer una frase como esta.
Este “querer” conseguir eso que uno se propone no está mal, ni mucho menos. Esa predisposición puede ayudar a ir a por ello, a al menos tenerlo en mente y tener ganas de intentarlo, pero no puede ser determinante. Porque si las ganas o ese “querer”, que se podría relacionar con esa motivación, un día está más flojo entonces como lo haremos. Seguramente habrá más dudas o más pensamientos relacionados con dejarlo o cuestionarse si uno/a está o no preparado/a para hacerlo.
Es por eso por lo que esas ganas deben existir, pero el truco está en convertir ese deseo en un objetivo. Para hacerlo es muy importante idear un plan de acción para realmente mantener en el tiempo el objetivo que te hayas planteado. Es más probable que confiar y seguir tu plan te ayude más que el hecho de querer conseguirlo. Como he comentado, esas ganas pueden fluctuar, pero cuando estás estén más desaparecidas es ahí donde entrará la disciplina y hará que sigas ese plan que de manera minuciosa has ideado.
Verlo de esta manera puede ayudarte de diferentes maneras:
- Atribuir el fracaso a ese proyecto y no a ti mismo/a. Eso puede ayudarte a no percibir como que tú no eres capaz o que la culpa es completamente tuya. Permite que te encuentres mejor probando nuevos proyectos y percibas el error de una manera mucho más constructiva.
- A diferenciar con más facilidad lo que depende de ti y lo que no para conseguirlo, pudiendo hacer más fácil que la energía la emplees en aquello que tu puedes controlar y no en aquello que no.
- Percibir la derrota como una oportunidad de aprendizaje para próximos proyectos o para mejorar ese mismo.
- Plantear un plan de acción que tenga en cuenta ciertos factores que pueden influenciar en el rendimiento, y no solo esas ganas que tienes de conseguirlo para así mejorar eso que sea necesario.
- Definir objetivos más claros y ajustados, teniendo en cuenta qué es aquello que estás dispuest@ a sacrificar.
Así que, manos a la obra con nuestro plan de acción. ¿Tú ya tienes el tuyo?