La violencia en el fútbol base constituye un fenómeno social y deportivo preocupante. Esto no es deporte, pero sí está en el entorno y por tanto lo acompaña. Los malos comportamientos que se ven por parte de jugadores, padres y entrenadores presentan una carga en un deporte que nos está ofreciendo una alternativa educativa con influencia muy positiva en el crecimiento de los más pequeños.
Por lo contrario la deportividad, nuestra mejor titular, no sólo conlleva la ausencia de agresividad sino la presencia de grandes valores reflejados con conductas de respeto y cordialidad hacia el resto de participantes.
Debemos tener muy presente que la simple participación en las prácticas deportivas no genera automáticamente un listado de valores deseables para la convivencia humana y para la buena marcha de la práctica deportiva. Para ello se necesita un sistema en el que entramos todos (Profesionales, entrenadores, deportistas, familias..) que faciliten su promoción y su desarrollo para que se pueda aprovechar este marco ideal de actuación que nos regala el deporte.
Juguemos en el campo, no con el desarrollo de los niños. El pagar la cuota que corresponde en un club, ser entrenador o incluso directivo, no nos da derecho a poder actuar como queramos, tampoco busquemos crear pequeñas máquinas que sólo quieran ganar, inculquemos los beneficios del deporte y sus valores dejando espacio a la diversión.
Muchas veces me planteo dónde está el inicio de todo, si lo que pasa en el fútbol profesional es fruto de lo que se aprende desde la base o es al revés. Sólo hace falta ver lo que sucede un fin de semana en cualquier campo, donde se deja claro que se olvida la importancia de formar.
Para evitar esto es necesario:
No olvidemos que el niño está para aprender y el resto para educar.