Se me encoge el corazón cada vez que un niño me dice que si pudiera elegir, querría practicar deporte sin la atenta, y a veces intimidadora mirada de su padre y/o madre.
Muchas veces a los adultos les entra el «síndrome del supervisor», buscan monitorizar y medir cada acción, paso, gesto, mirada, respuesta, que da un pequeño en un entrenamiento o partido. Y me pregunto ¿Con qué finalidad?
El deporte es vida, no lo olvidemos. Están allí porque enseña, ayuda y les permite crecer en un contexto ideal de aprendizaje constante. En ocasiones, se pierde el horizonte, y hay papás y/o mamás que cambian su actitud con sus hijos por la valía deportiva de estos, o el aprovechamiento de los entrenos que hacen. Es aquí cuando dejan de ser papás y mamás.
Hablamos de niños pequeños, se están iniciando, están aprendiendo, tienen que despistarse, tienen que cabrearse, tienen que reír o incluso llorar. El aprendizaje necesita a veces de esto, de equivocarse, de que se les corrija y se den cuenta, de cuál es el mejor camino para luchar por sus metas, pero con la educación necesaria que les facilite este trabajo y no que les genere miedo y tensión.
No es necesario que se lleven a sus hijos de un entrenamiento a medias por la impotencia que le genera al adulto no ver a su hijo siendo el mejor. Eso marca al niño, lo cohíbe, lo tensiona y mañana, cuando vuelva, lo hará igual o peor, con tan sólo saber que lo observas. Aprender a apartarse a tiempo es tan importante como necesario para un desarrollo saludable en los más pequeños.
Sigo viendo niños rotos cada semana por la presión de sus propias familias. Niños agotados físicamente porque van a mil sitios a entrenar y tienen a su alcance un equipo de profesionales, que ni los deportistas de primer nivel.
Necesitaba gritarlo, compartirlo y llegar a aquellas familias que acompañan a sus hijos a entrenar o a competir. Déjenles que disfruten sin condición. Podemos pedirles valores; respetar a sus compañeros, hablar bien al entrenador, cooperar con las tareas de responsabilidad, ser puntuales, entregarse en su trabajo….
Pero de verdad, llamarles la atención e incluso castigarles, porque no se concentran, porque no corren, o porque ponen malas caras, como mucho, es tarea del entrenador. Como padres limitaros a quererlos y demostrárselo en cada acción.
Los niños juegan para ellos y también para su equipo, les encanta que sus familiares vayan a verlos, pero no les gusta que os pongáis nerviosos o alterados, sienten que es por su culpa y es cuando se plantean mejor no jugar, que hacéroslo pasar mal por sus actuaciones, muchas de ellas inconscientes y para las que están trabajando, porque no olvidemos, siguen aprendiendo.
Un niño siempre aprende mucho de lo que un padre/madre le dice, pero creerme, aprenden mucho más y más rápido, de lo que éstos hacen con sus actos.
Escucho padres que me dicen «todo esto de exigirle lo hago por él» y yo les pregunto, ¿Te lo ha pedido?. Por que en cambio a mi como psicóloga, si que me piden que sus padres/madres en ocasiones no vayan a verlos.
No quiero acabar sin reforzar el trabajo, acompañamiento y cariño que las familias ofrecen a sus pequeños. Me alegra conocer familias que se desviven por sus hijos por tal de verlos felices, la felicidad de ellos, que no tiene que ser la misma que la del adulto.
Sé que no son todos los casos así, pero hay muchos, por ello quiero llegar a todos los ojos posibles para que se tome consciencia de lo mal que lo pasan muchos niños por el afán de adelantar procesos.
Familias; si tiene que ser será, por más que te cabrees, te desgastes, le compres el mejor material, lo lleves a entrenar a 3 academias diferentes y juegue con dos categorías, no acelerarás las cosas. Pero en cambio, si que las puedes bloquear. Lo poco gusta y lo mucho cansa.
Se acaba fatigando al menor, que iba por disfrutar y reírse con sus compañeros y sin darse cuenta, se ve inmerso en esta espiral de exigencias y presión que no sabe parar.
Que un niño/a destaque y tenga habilidades, no le obliga a llegar a nada, ni aún si quiera pudiendo.
El entorno es fundamental, la familia es un colchón que fortalece y también amortigua. Los que han llegado a la élite dicen que en gran parte fué gracias a sus familias. Trabaja para que si algún día, tu hijo cumple su sueño, diga lo mismo de ti.