Todos aprendemos algo nuevo después de repetirlo varias veces hasta que por fin lo dominamos, aplicando nuestra experiencia y sacando conclusiones.
El error es una de las piezas más importantes del aprendizaje y por ello del deporte. Solemos equivocarnos castigando su aparición para evitar que se repita, dando lugar a niños cohibidos que no arriesgan o que no expresan por temor a fallar, una barrera para poder avanzar. Desapareciendo así la creatividad y la iniciativa de los más pequeños por vergüenza a no hacerlo bien.
Los adultos estamos perdiendo el trato con el error porque encontramos en él cierto fracaso, cara fea del éxito pero la llave del aprendizaje. Los padres y los entrenadores deben ayudar dando seguridad y allanando el camino, pero no haciendo las cosas por ellos. Evitarles las frustraciones no es ayudarles, llegara un día en el que tendrán que enfrentarse a ellas y no podrán hacerlo porque no tendrán los recursos emocionales necesarios.
El decir que está “mal” a veces no ayuda en el proceso de enseñanza, frena al niño transmitiéndole que no es capaz y eliminando su curiosidad. Dejemos que lo intenten y se equivoquen para elaborar nuevas estrategias, lo que aprendes de tus errores no se olvida.
Los “grandes deportistas” también han fallado y han tenido que trabajar para remontar. No por ello tienen menos mérito, al contrario, eso les hace valorar el proceso y lo que consiguen, lo hacen con más fuerza.
Como educadores debemos enseñarles a enfrentarse a situaciones en las que se han equivocado utilizando el error como una oportunidad para aprender y aceptándolo como un aspecto de la reflexión. Recordar que el “único error real es aquel del que no hemos aprendido nada” (Henry Ford).