En ocasiones algunos deportistas vienen con la demanda de querer volver a disfrutar de su deporte. Lo que antes era una fuente de disfrute, se convierte en una fuente de estrés y de ansiedad, de manera que ir a entrenar y a competir se convierte en un suplicio.
Puede ocurrir por diversas causas, ya sea porque se están pasando por una etapa de estancamiento a nivel de resultados y de no consecución de objetivos, por estar en un contexto de excesiva exigencia y presión, cambios de entrenador y/o compañeros o por querer alcanzar unos niveles de perfeccionismo inalcanzables.
Como hemos dicho, en estas situaciones el deportista experimenta unos niveles de ansiedad e inseguridad bastante elevados que, a su vez, no le permiten tener un buen rendimiento, lo que retroalimenta aún más esas emociones desagradables.
Ante situaciones así, como en cualquiera, el primer paso es poder evaluar por qué se está dando dicha situación, para poder intervenir de manera individualizada atacando a la raíz del problema y proporcionando herramientas que permitan regular ese nivel de activación elevado y gestión emocional.
Frecuentemente, conviene reformular los objetivos y disminuir su nivel de exigencia para retomar esas sensaciones de control y seguridad. Incluso a veces, es necesario parar para poder reconectar con las motivaciones iniciales.
Además, es fundamental contar con otras actividades placenteras en el día a día que no sean exclusivamente el deporte, para que cuando este se tambalee tengamos otras fuentes de disfrute. En esta línea, muchos deportistas no conciben su vida sin su deporte, pero probar otros deportes y actividades puede hacerles descubrir nuevos intereses que les motiven y vuelvan a tener ilusión. El deporte de competición no dura para siempre y también es importante saber cuando parar y dar paso a otra etapa, sin que esto suponga un fracaso.