El deporte está lleno de valores, de aprendizaje y de vida. Los padres siempre encantados de tener hijos deportistas, pero la realidad es que a pocos les gustaría ser el padre o la madre del árbitro que pita cada semana a su hijo, partido tras partido, grito tras grito. Una figura nada mimada dentro del fútbol pero a la que hay niños y no tan niños que quieren llegar y se preparan para ello.
Muchos se preguntan ¿Por qué quiere ser árbitro? ¡Está loco! Pues pueden ser muchos los motivos que le lleven a ello; que le llame la atención vivir el mundo del fútbol desde una perspectiva distinta sin involucrarse en un equipo, por herencia familiar porque lo ha vivido desde pequeño, por transmisión de alguien cercano que le cuenta su pasión, por admiración o por otro tipo de intereses.
Creo que si todos arbitráramos un partido entenderíamos mucho más como se sienten cada semana en el terreno de juego abucheados entre multitud de personas. Hay que reconocer que su labor no es sencilla, tienen que decidir en un instante jugadas que a veces ni por televisión nosotros somos capaces de descifrar. Se equivocan, claro que se equivocan y también aciertan, pero como tú, como yo y como todos.
Se les juzga con absoluta intolerancia, se les censura sin compasión. Es curioso porque siempre será el culpable de todo en un campo de fútbol, pero también se le necesita, sin árbitros habría deporte pero no habría competición. Para un árbitro la indiferencia será la victoria, y la recompensa perfecta a un buen partido será el silencio.
Todos nos damos un margen de error, a ellos no se lo permitimos, les exigimos desde los inicios de su formación. Piensa que es tu hijo, tu hermano o tu sobrina y cambiemos la mirada.