No jugar ya es duro.
Pero no jugar cuando se acerca el final del contrato añade una capa más compleja y silenciosa: la ansiedad por el futuro, el miedo a quedarse fuera, la duda de si alguien más apostará por ti.
Esto, que a veces desde fuera parece solo “una mala racha”, por dentro puede ser una tormenta emocional.
Una sensación de estar en el limbo
Muchos deportistas viven con la sensación de estar “en tierra de nadie”. No están lesionados. No están fuera del equipo. Pero tampoco juegan. Y con cada jornada que pasa, se sienten más invisibles.
Si a eso le sumamos que el contrato se acaba, el cóctel es peligroso:
- ¿Y si no me ve nadie?
- ¿Y si no tengo ofertas?
- ¿Y si no valgo lo suficiente?
- ¿Y si se acaba todo aquí?
Estas preguntas no aparecen solo en junio, cuando cierra la temporada. Aparecen mucho antes, y lo hacen en forma de insomnio, apatía, irritabilidad o baja motivación en los entrenamientos.
La trampa del silencio
Lo más difícil es que muy pocos hablan de esto. Porque mostrar preocupación por el futuro se percibe como debilidad. Porque decir “me siento mal por no jugar” puede parecer una excusa. Y porque, en un mundo competitivo, el mensaje es claro: “aguanta y calla”.
Pero este silencio tiene consecuencias. Y no solo deportivas.
El impacto en el bienestar emocional
Cuando la ansiedad por el futuro se instala, el presente se bloquea.
Es difícil rendir bien si estás pendiente de demostrar en cada acción que “mereces seguir”. Se entrena con presión. Se juega con miedo. Se convive con la sensación de no poder fallar.
Todo esto genera un estrés sostenido que, si no se gestiona, puede derivar en:
- Baja autoestima
- Cambios de humor
- Desgaste en las relaciones personales
- Dificultad para disfrutar del deporte
¿Qué puede ayudar en estos momentos?
Desde la psicología deportiva, trabajamos para que el deportista:
- Recupere el control sobre lo que sí depende de él o ella.
- Ponga nombre a lo que siente, sin juicio.
- Diseñe rutinas emocionales, no solo físicas.
- Entrene la confianza, no desde la presión, sino desde la preparación.
- Y sobre todo, que no lo viva en soledad.
Porque aunque no juegues, sigues siendo deportista.
Y aunque el contrato acabe, tu valor no desaparece.
Mostrar que la ansiedad existe no es un signo de debilidad. Es una muestra de humanidad. Y empezar a hablarlo es el primer paso para entrenarlo.