El otro día, en consulta, un deportista me compartía algo que llevaba tiempo repitiéndose en silencio: “¿Para quién estoy haciendo todo esto?”. Me contaba que había empezado en su deporte porque le gustaba, porque se divertía, porque sentía una conexión profunda consigo mismo cada vez que competía. Pero con el paso del tiempo, esa motivación inicial se fue diluyendo. Nos pusimos a analizar dónde había empezado ese cambio, y lo que encontró no fue un momento puntual, sino un proceso lento, casi imperceptible, que lo fue alejando de su esencia. A medida que empezó a destacar, las exigencias del entorno crecieron: entrenadores pidiéndole más, viajes más largos, menos tiempo en casa. Las cámaras, las miradas, los patrocinadores… todo empezó a pesar más de lo que él mismo se había dado cuenta. Sin notarlo, se encontró cumpliendo con un plan, persiguiendo metas ajenas, y olvidando por completo por qué había comenzado o si realmente aún quería estar ahí.
Esto, aunque no siempre se dice en voz alta, es mucho más común de lo que creemos. La motivación en el deporte es un motor poderoso, pero también es frágil cuando dejamos que la controlen fuerzas externas.
¿Motivación intrínseca o extrínseca?
Vamos al grano. En psicología del deporte hablamos de dos tipos de motivación: la intrínseca, que nace de dentro —el placer por mejorar, el gusto por entrenar, la satisfacción personal— y la extrínseca, que depende de recompensas externas: medallas, reconocimiento, presión de otros, becas, contratos, etc.
Ambas motivaciones pueden convivir, pero cuando la extrínseca empieza a dominar, la relación con tu deporte cambia. Empiezas a entrenar no porque quieres, sino porque sientes que debes. Compites no por el reto personal, sino por no decepcionar a alguien. Y cuando los resultados no acompañan, en lugar de frustrarte un rato y seguir, puedes llegar a cuestionarte absolutamente todo.
La trampa de las expectativas
Las expectativas externas son como una mochila invisible. A veces no te das cuenta de que la llevas, pero pesa. Y cuanto más éxito o visibilidad tengas, más se llena esa mochila.
Tu entrenador espera que estés siempre al cien por cien. Tu familia quiere ver resultados por todo el esfuerzo que han hecho. Tus seguidores esperan que ganes. Y tú… tú vas apagándote por dentro porque te conviertes en el proyecto de los demás.
El problema no son las expectativas en sí. El problema es cuando acaban desplazando tus propios motivos. Cuando la mirada de los otros se vuelve más importante que la tuya.
Reconectar contigo
Entonces, ¿cómo puedes volver a encontrarte con esa motivación interna? Aquí van algunas ideas que podrían ayudarte a recuperar el control de tu camino:
- Recuerda por qué empezaste
Haz memoria. ¿Qué sentías al principio? ¿Qué era lo que más te gustaba de entrenar, competir, formar parte del equipo? A veces, reencontrarse con esa esencia puede devolver el sentido.
- Cuestiona lo que estás haciendo
¿Te sigue motivando lo que haces? ¿O simplemente estás en piloto automático? Está bien cambiar de objetivos, de rumbo. No es rendirse. Es evolucionar.
- Habla con alguien de confianza
No lo lleves en silencio, exprésalo con personas que te escuchen sin juzgar, si no sabes con quién, los psicólogos del deporte podemos ser esa persona. Ponerlo en palabras ayuda a ordenar lo que sientes y a poner límites saludables.
- Redefine qué es el éxito para ti
A veces pensamos que solo vale si ganamos o si batimos un récord. Pero el éxito también puede ser disfrutar del proceso, superar tus propios miedos o aprender de una derrota. Analiza qué es el éxito para ti.
- Date pausas si las necesitas
No todo es competir y rendir. El descanso, tanto mental como físico, también forma parte del entrenamiento. Y a veces, parar un momento permite ver todo con más claridad.
Volver a elegir tú deporte por ti.
Recuperar la motivación intrínseca no siempre es fácil ni rápido. Pero vale la pena. Porque cuando vuelves a elegir tu deporte por ti, todo cambia: la energía con la que entrenas, la forma en que vives las competiciones, incluso cómo gestionas las frustraciones.
No eres una máquina de rendir, ni un producto de las expectativas ajenas. Eres un deportista, una persona con sueños propios, con días buenos y malos, con derecho a disfrutar de lo que hace.
Así que te dejo la pregunta de nuevo, por si te apetece pensarlo con calma:
¿Para quién estás compitiendo hoy? Y, aún más importante: ¿Quieres seguir compitiendo por eso?