Cuando un niño o niña se inicia en el deporte, la familia se convierte en uno de los pilares centrales de su experiencia. Es natural vivir con intensidad el deporte de nuestros hijos, pero a la vez es crucial saber diferenciar entre apoyar y presionar. Como psicólogos deportivos, vemos cómo un acompañamiento familiar adecuado puede impulsar la confianza y las ganas de jugar de un joven, mientras que un mal enfoque puede ser su mayor fuente de estrés y puede estar haciendo que no se disfrute de ese deporte
En estas edades la práctica deportiva debe ser una plataforma para el desarrollo de los niños y niñas, pero la mayoría de las personas olvidan que el deporte de base y el profesional no persiguen los mismos objetivos.
¿Qué buscamos Realmente?
El primer paso, y el más importante, es que como padres analicen sus propias expectativas. ¿Qué objetivo persigo yo al apuntar a mi hijo a este deporte? ¿Busco que disfruten, que se relacionen y aprendan? ¿O busco que ganen a toda costa y sean los mejores?
Si confundimos nuestros objetivos o expectativas con la de nuestros hijos, corremos el riesgo de tratar el deporte como un fin en sí mismo, cuando en realidad debe ser un medio. El deporte es una herramienta educativa, y el protagonista absoluto de ese proceso de aprendizaje es el niño o niña. Nuestras ambiciones no pueden eclipsar su experiencia.
El papel de la familia no es ser segundo entrenador, coordinador… Para construir la confianza de sus hijos, los padres deben asumir roles activos de apoyo y desarrollo pero sabiendo que deberían ser padres y madres únicamente. Dentro de este acompañamiento hay tres funciones muy importantes:
Desarrollo de hábitos
Esta es, quizás, la función más importante. Un objetivo básico del deporte en estas edades es ayudar al joven a aprovecharlo para adquirir hábitos saludables. La familia es clave para «ayudarle» en este proceso. No se trata solo de la nutrición o las horas de sueño; hablamos de ayudarles a desarrollar la disciplina del compromiso (ir a entrenar), la organización (compaginar estudios y deporte) y la autonomía (preparar su propia mochila).
Estos hábitos son valores transferibles a la vida. Al ayudarles a desarrollar estas rutinas, estamos contribuyendo a que se conozcan a sí mismos y estén mejor preparados para los obstáculos que encontrarán en su vida, tanto deportiva como personal.
Creadores de un entorno de apoyo
El apoyo de la familia debe ser total, independientemente del resultado. El objetivo es que el joven practique su deporte con el mayor bienestar posible. La confianza nace de saber que el cariño y el orgullo de sus padres no dependen de si ha ganado o perdido, sino de su esfuerzo. Frases como «Me encanta verte esforzarte» son mucho más constructivas que «¿Por qué has fallado ese pase?»
Modelos de comportamiento
Los niños aprenden mucho más de lo que ven que de lo que oyen. Podemos hablarles de respeto, pero si nos ven gritar al árbitro o criticar al entrenador, ese será su verdadero aprendizaje. La familia debe ser un modelo de valores como el esfuerzo, el compromiso y el compañerismo.
Al asumir estas situaciones, la familia deja de enfocarse en el corto plazo (el resultado del domingo) y contribuye al desarrollo integral de los jóvenes, ayudándoles a convertirse en el futuro en adultos sanos y fuertes mentalmente.


