Si hay algo que repito una y otra vez, en consulta, en charlas o con otros profesionales, es que para mí la persona está por encima del deportista. Cuando algo sacude a la persona, el deportista lo siente. Y cuando nos centramos solo en el rendimiento, ignorando lo que pasa dentro, esa parte personal acaba pidiendo ayuda a gritos. En el alto rendimiento, mantener un equilibrio entre las dos partes no es una recomendación, es una necesidad. Porque si lo personal se tambalea, lo deportivo también y eso, lo he visto con mis propios ojos.
Imagínate esta escena: queda una semana para esa competición que llevas esperando todo el año. Esa que puede abrirte puertas importantes. Estás entrenando bien, cansada, sí, pero concentrada, tirando con todo y apretando en esta recta final. Y de repente, a tres días del gran día, tu pareja te dice que prefiere dejar la relación, que le sabe mal por las fechas en las que estás pero que no siente lo mismo y que no quiere alargarlo más. En cuestión de minutos, todo se derrumba. No entiendes que ha pasado y de repente, todo lo que parecía estar en su sitio empieza a tambalearse.
Estas situaciones son más comunes de lo que parece. En el mundo del deporte, los vínculos personales y profesionales se cruzan, se mezclan, y a veces… se rompen. Y cuando una ruptura llega justo antes de una competición clave, lo que realmente se pone a prueba no es solo tu cuerpo, sino tu mente, tu capacidad emocional, tu fortaleza interna.
Si alguna vez has pasado por una ruptura, sabes bien lo que se siente: tristeza, rabia, confusión, ansiedad… Son emociones totalmente normales, pero también muy intensas. Ahora imagina todo eso sumado a una competición que para ti lo significa todo. Las emociones propias de una ruptura se mezclan con el estrés, la presión y los nervios típicos de un reto importante. Y si no se gestionan bien, pueden acabar afectando justo a lo que más necesitas para rendir: tu concentración, tus decisiones, tu motivación.
Ahí es donde el trabajo psicológico marca la diferencia. No porque te enseñe a “eliminar” lo que sientes, sino porque te ayuda a convivir con ello, sin que te arrastre. ¿Cómo se hace eso? Aquí te comparto algunas de las herramientas que solemos trabajar en consulta:
1. Sentir, sin taparlo
El primer paso es dejarte sentir. El espacio con tu psicóloga es precisamente para eso. No se trata de hacer como si nada, sino de poner palabras a lo que te está doliendo. Hablar de lo que piensas, de lo que te quita el sueño, de lo que no puedes soltar. Validar lo que sientes es clave para soltar tensión y tomar decisiones con más claridad.
2. Volver a lo que sí puedes controlar
Cuando todo parece derrumbarse, es fácil engancharse a pensamientos como “¿por qué ahora?”, “¿qué hice mal?”, “¿y si…?”. Pero eso solo te lleva a un bucle sin salida. Lo importante es volver a ti: ¿qué puedes hacer ahora mismo por ti y por tu rendimiento? Tu actitud, tu manera de entrenar, tus descansos, tu enfoque… Eso es tuyo. Y eso te ancla.
3. Recupera tus herramientas
Es habitual que, en momentos de crisis, se nos olviden todas las estrategias que hemos trabajado. Pero justo ahora, más que nunca, necesitas tus rutinas, tus respiraciones, tu visualización, tus frases clave… Todo eso que diseñaste pensando en competir en tu mejor versión. No lo dejes de lado.
4. Habla con los tuyos
No tienes que cargar sola con todo esto. Habla con quien te dé confianza: una amiga, tu entrenador, tu psicóloga… A veces, decirlo en voz alta ya es un alivio. No para darle más vueltas, sino para soltar, ordenar, tomar aire y seguir.
5. Vuelve a tu por qué
¿Por qué estás aquí? ¿Qué te mueve? Recordar tu propósito puede ser ese faro cuando todo está oscuro. Una ruptura duele, claro que sí. Pero no borra todo el camino que has hecho ni lo que sueñas conseguir. Tu historia no se termina ahí.
Y recuerda…
La vida no es una línea recta. Y aunque hay momentos que duelen más que otros, también nos enseñan de qué estamos hechos. Seguir cuando todo tiembla no es fácil, pero si consigues cuidar de la persona que eres, esa que siente, sufre y también se levanta… entonces el rendimiento, poco a poco, también se recoloca.
Y si estás leyendo esto y algo de todo esto te resuena… si estás contando los días para competir y al mismo tiempo con el corazón hecho pedazos, solo quiero decirte: no estás sola. Te mando un abrazo muy fuerte, de esos que no lo arreglan todo, pero que sostienen. Y recuerda, cuidar de ti también es parte de competir bien.