Todavía existe un reparo notable cuando un deportista de élite decide hablar de su salud mental. La sociedad sigue asociando automáticamente “salud mental” con debilidad, cuando en realidad reconocer lo que nos pasa por dentro es un acto de fortaleza y una estrategia para cuidar el rendimiento de verdad. Un sóleo cargado no cuestiona la valentía ni el compromiso de un jugador; sin embargo, decir “necesito parar por salud mental” todavía activa prejuicios.
Cuando un jugador decide hablar, como ha hecho Ronald Araujo recientemente, no solo cuida de sí mismo, sino que transforma la cultura deportiva. Su ejemplo da permiso a miles de deportistas para pedir ayuda sin vergüenza y muestra que cuidar la mente es tan profesional como cuidar el cuerpo.
El estigma persiste porque en el deporte profesional la salud mental está asociada al miedo a perder el puesto, al valor que el mercado otorga a cada jugador y a cómo la afición percibe cualquier debilidad. Ocultar lo mental perjudica a todos: al jugador, al club y al equipo. El fútbol —y el deporte en general— necesita espacios seguros donde los problemas puedan abordarse abiertamente, no silencios que generan daño. La psicología no puede ser un parche ni un tabú; tiene que estar integrada, normalizada y accesible para todos.
Además, muchas veces la crítica más dura no viene de fuera, sino de dentro. La autocrítica constante es mucho más dañina que los comentarios externos: el deportista se exige, se juzga y se cuestiona continuamente, lo que desgasta más que cualquier comentario de un aficionado o de los medios. Parar, como hizo Araujo, no es un signo de debilidad: es un acto de higiene mental y responsabilidad profesional.
Si queremos un deporte más humano y más competitivo, es imprescindible normalizar la salud mental. Hablar de ella, cuidarla y gestionarla no solo protege al jugador, sino que fortalece al equipo y al deporte en su conjunto.


